martes, 26 de agosto de 2008

A Rodrigo... [debiéndote] [regresiones]

Casi un año. Casi un año después de la primera intento hacer la segunda. Pero no intento, no eso no, no te permito eso ni me lo permito a mí. Esta es la segunda. La segunda de muchas, de todas y quizá en pocos años, de ninguna.

Fue hoy o quizá ayer cuando leí la primera mía, esa primera con la cual inició lo que aún sigue. Para contarnos todo, o quizá lo más que podamos, lo más que aguantemos. Leerla fue fuerte. Muchas cosas dije y no todo era mentira, pero tampoco todo era verdad. Pecados pocos en comparación con los que ya llevo. Nada me extraña y eso es lo que me ocupa. La falta de extrañeza. Me expiaré contigo, serás mi confesor y sólo eso, no tolero más de un igual, no permito faltas al respeto de cualquiera, y ser verdugo cuando no puedes ser juez me parece una grosería. Tu bien lo sabes. Ni a ti ni a mí. Por eso sólo mi confesor, me leerás, me has leído y eso agradezco...

Lamento fallarte, lamento no poder  contestar tu respuesta, pero las cosas se pierden y tu carta pérdida está. Ya la encontrarás, ya la tendré. Y cerrado el círculo será.

Ahora te digo. Años atrás he pensado en depresiones y conjuros, en decadencia y en embrujos, ahora mismo lo hago. Mi cuerpo me señala lo que ya mi ánima me decía, me gritaba. La enfermedad. Nada raro es que lo diga, ni que lo diga ahora, precisamente ahora que estoy enfermo, sino lo raro y sumamente lamentable es que lo haya dicho siempre, así lo dije en mis 10, en mis 14, en mis 17, y lo digo ahora en mis 23. La enfermedad.

Lo dije en mis 10 con mi primera soledad, con la primera idea, el primer suspiro y el primer llanto... todo por él, por ese que se me perdió años antes, que me obligo a entregarme a lo que no era mío. A lo que era de ella y sólo por ella. Le lloré sin saberlo y lo busqué sin quererlo. De llanto en llanto la enfermedad en mi cuerpo crecía, se extendía, aparecía. Nada se debía saber, necesario para el mundo no era, el infierno era mío. Yo habría de quemarme solo.

De mal gusto es siempre sufrir en público, o como te he dicho citando una fuente no muy elegante, "cuídate de los que quieren que se sepa su sufrimiento"... nada de eso hago ahora, nadie conoce de lo que hablo, acaso tu, quizá tu.

Y Dios sabe que me quemé en mis 10, y carecía de él y de ella, y nadie había, y nadie aparecía. Sólo el diablo tentándome a irme, con él, con ellos, a la nada del silencio, a la nada de lo negro. Y nada pudo lucifer hacer, sus querencias llegaron tarde. Ya estaba yo hundido en la nada negra y silenciosa. Desesperado me entregue al despecho.

Nada se decía, ni el mismo Dios me hablaba y le escupí y le negué. Como infante le negué, le desconocí y me lo tragué. Amargo veneno que me perdió aún más. Y perdido entre niñez y amargura crecí. Y pasaron los meses, querido amigo, y pasaron años y la enfermedad seguía. Yo era ella o ella era yo. Me encerré, me comí a mi mismo y nadie sabría cual es mi sabor, me vomité yo mismo y nadie sabría como es devolverme, nadie me tuvo, no me conocieron... Ya sólo había carne y huesos, todo fue devorado por mí. Si nadie me tuvo, si nadie me hablo y nadie me repeló, me tendría yo. Me poseería, me tomaría y nadie más, nunca más, estaría dentro de mí. No podrían. No pueden.

No robé nada, no hay mascara que no se explique ni infame que no tenga algo de bondad. Me entregué a mí. Porque en mis diez, nadie se entregó a mi. No pudieron entregarse, no pude recibirlos. Fui impotente, fui cobarde e infame, grosero y pedante...fue el comienzo del yo.

 

...

 

Así empezó mi querido amigo, así en mis diez se juntaron todos mis diez, y esa explosión de todo, de mugres y rencores, de suspiros y regresiones trocó en un niño ensimismado, tranquilo, lector, inteligente, maduro, ensombrecido, amargado, soberbio...

Una primera confesión te doy, y serás mi confesor querido amigo pero no me darás aves marías para expiarme, no son suficientes, no las das y no las quiero. La noche me llevaré en eso. La vida.

 

Espero respuesta.