Debí haberlo sabido desde la primera vez que te vi a tu regreso. Se notaba, debí haberlo notado pero otras cosas ocuparon mi mente en ese momento. Estaba perdido, en otros lugares.
Tu distancia fue obviada, tu indiferencia, el frío del trato, lo pensado del contacto. Debí verlo pero no lo vi. Debí reconocerlo, sentirlo.
Al otro día fue todo más obvio, en unas horas en las cuales yo estaba en el pasado, embelesado con el pasado, tú analizabas el presente, vivías el presente, eras el único que se encontraba en su sitio, yo en otros lados, me perdí hasta en la noche.
Vi unas “manos entrelazadas” y aterricé de nuevo en el mundo, en el presente y el destino y la suerte me abofetearon al mismo tiempo. Dije cosas después, muchas cosas que en otros tiempos, en otros momentos te habrían desarmado, pero lo jodido era que ya no eran esos tiempos, no eran esos momentos. En ese ahora lo que dije resbaló en tu piel y de ahí no pasó.
Espere toda la noche por una respuesta, que en otros tiempos no hubiese tardado en llegar, yo lo hubiera hecho, yo lo haría, pero a ti el presente ya te había seducido, vivías y yo seguía en la espera, charlabas, jugabas, corrías y yo sentado esperaba a que el pasado volviera.
Esperé. Esperé hasta hace unas horas.
Después intercambiamos ideas, pero nada, tú ya no estabas conmigo, te habías ido muy lejos, con otros más, en lugares donde yo no estaba, no podía estar. Dijiste que estarías pero los dos sabíamos, yo más en silencio, que no volverías. No supe, no me di cuenta, aunque debí haberlo visto. Golpeaba a la vista.
Esperé. Nada obtuve. Ya estabas lejos, corriendo, charlando, riendo, viviendo y yo, sentado, esperando a que el pasado volviera.
Me he dado cuenta, esperé hasta hace horas. Pero lo he visto ahora.
Es tiempo de pararme y caminar un poco.